HISTORIAS DE CAZA
Caza de altura

Soy de la opinión de que en casi toda modalidad de caza, incluida el trampeo si nos vamos a los extremos, podemos, según realicemos su práctica, denigrarla hasta los niveles más bajos o elevarla a su más pura esencia en cuanto a deportividad y oportunidades para la pieza. No creo que existan modalidades de caza, que en sí mismas ennoblezcan más que otras a sus practicantes. Todo depende del modo en que la ejerzamos, teniendo en cuenta las oportunidades que le demos a las piezas y el grado de dificultad que nos autoimponemos para llevarla a cabo.
Incluso modalidades a priori tan deportivas como el rececho de caza mayor, pueden ser, y de hecho lo son en ocasiones, vilpendiadas, si las practicamos con animales recién soltados, o en cercones diminutos, o en las proximidades de comederos artificiales, o con otras artimañas que más que elevar nuestro espíritu de cazador, debiera provocarnos vergüenza íntima. Y esto es extensible a la montería o la espera.
Y no digamos en caza menor, donde por ejemplo, hablamos a veces de estar practicando la caza de perdiz al salto con nuestro perro, sin especifica si se trata en realidad es una pantomima sobre perdices de granja soltadas unas horas antes en un llano de pasto, sin tener ningún tipo de querencia, sólo esperar que nuestro perro les ponga el hocico encima para realizar una muestra imposible si se tratara de perdices de verdad en un terreno quebrado, donde un solo vuelo puede poner entre ellas y nosotros, una hora de sube y baja agotador.

La caza del conejo con podencos

La caza del conejo no iba a ser una excepción a esta afirmación. Hoy día se ofertan cotos por días o por temporada completa, que, aunque no tengan el cartelillo de intensivos, el conejo ha sido criado casi con métodos de granja, pues nada más ver el terreno se observa que aquello no da, por la riqueza de la tierra, para mantener una alta población de conejos. Los conejos se encaman de manera totalmente visible y carente de la astucia propia de la especie, porque el ramaje prácticamente está desaparecido hasta la altura que alcanza a comer el lagomorfo. Prácticamente, el mejor auxiliar para cazar allí, sería el guarda, que nos fuera indicando con la vista donde está echado cada conejo, en lugar de nuestro perro.Sinceramente creo que llevar a un perro veterano a cazar en esas circunstancias, perjudica, más que beneficia a nuestro auxiliar. Quizás llevar una vez a un cachorro para que corra y muerda conejos y se pique, pueda ser positivo para el mismo, pero eso, un día.
Otra cosa es la caza de conejos por daños, donde la ética del método empleado, se subordina al fin necesario e inmediato de reducir la población de conejos de la manera más rápida posible.
En el lado contrario, he visto aficionados a cazar el conejo con perros, que nunca tiran el conejo a la salida, para darle más juego al perro – indudablemente un buen criterio para hacer perros que sigan bien- o que usan escopetas de un sólo tiro, iniciativas que son dignas de aplaudir.

Caza de altura

En este último grupo de aficionados que gustan de verdad de los podencos duros y tenaces y de la caza deportiva es donde podríamos incluir a Frasco y su yerno Javi, con quien tuve oportunidad de compartir una jornada de caza con podencos en unos terrenos impensables para muchos cazadores, incluso avezados podenqueros. No llevé escopeta, sólo la cámara de fotos y mi predisposición a disfrutar de la caza del conejo con podencos en su más pura esencia. Fue el doce de octubre, en el coto social de Cuevas de San Marcos (Málaga). Digo lo de la fecha, porque eran tantas mis ganas de ver a esos perros, trabajando en su salsa, que aún siendo día de apertura prácticamente, dejé a mis podencos en casa, junto con la escopeta. Y lo que vi y escuché no me defraudó ni un ápice. Mereció la pena.
El terreno de caza era un arroyo inmenso, con agua en su cauce y unas paredes verticales asentadas por siglos de erosión de su propio cauce y de las tormentas. A ojo de buen cubero calculé alturas de hasta cuarenta metros en algunos puntos y donde menos, diez o doce metros. Este arroyo, se dulcifica en su desembocadura al río Genil, pero el tramo que cazamos era el más duro en cuanto a tajos. Sus paredes estaban recubiertas por grandes zarzas colgadas y zarzaparrillas, más enredadas e impenetrables que las propias zarzas. Las partes colindantes del arroyo son de olivar y, una cosa curiosa que observé es que no había rastros de conejos en las asomadas, ni pisadas en la tierra blanda de labor, ni escarbaduras, ni cagarruteros. Por lo que, intuyo, que el conejo no tiene necesidad de subir hasta arriba, vive encamado en las zarzas de los tajos, mas abajo tiene agua y hierba fresca y se mueven por las paredes, casi verticales con total tranquilidad, como es de suponer. Tienen todo lo que necesitan sin salir e la profunda hendidura del arroyo. Porque conejos había en densidad suficiente como para echar un buen día de caza.
Me comentaron que este era como su coto de caza particular dentro del coto social, ya que casi siempre iban a cazar allí o a otros sitios peores de orografía que hay no muy lejos. Por la dificultad del terreno, no eran muchos otros cazadores los que allí cazaban y, si lo hacían, a ellos no les importa ir detrás con sus perros, repasando terreno ya cazado.

La caza

Fue una mañana de caza pausada, ambas escopetas, una por cada lado del arroyo, parándose frente a las contadas madrigueras que había en los tajos, dejando trabajar a los perros por entre aquella maraña vertical – todo un espectáculo – sin preocuparse mucho si el conejo corría en dirección contraria. No se esmeraban en cambiar de posición, ni se aceleraban para mejorarse y poder tirar unos metros más allá. A mi indicación al respecto, me contestó Frasco, aferrado a su vieja paralela y quieto en su postura: “El conejo tiene que venir aquí, que es donde tiene el encerradero, bien por su pié o bien en la boca del perro”. Y doy fe de que lo hacían. Cogieron los podencos siete conejos a diente, alguno de ellos llevado a un poyete del tajo, donde ya no podía progresar en su huida y resultaba cogido agazapado en el saliente. Otros fueron atrapados dentro de las zarzas o zarzaparrillas y cinco de ellos abatidos de un disparo – por cierto, tiros bastante largos – de testero a testero de aquel enorme arroyo.
Aunque el grado de humedad por el agua del arroyo contribuía, fueron escasas las perdidas de rastros, rastros siempre indicados por latidos entrecortados, alternados con los típicos finos y angustiosos, señal de un nuevo levante del mismo conejo.
También tengo que anotar que estos dos cazadores, pudieron haber matado más conejos si, en determinados momentos, se hubiesen mejorado de su postura, pero su forma de entender la caza es una actitud que alabo.
El cazar de estos podencos es algo más lento que los míos, por ejemplo, pero esto viene implícito por el escenario donde se desarrolla la caza, imposible de andar a paso rápido y por el empeño en asegurar los rastros de huida de las piezas. Eso sí, muy bien marcadas todas las fases del seguimiento, con diferentes tipos de latidos acordes con lo que estaba pasando.

La selección

Me comentaron sus dueños, al terminar la jornada, que no todos los cachorros sirven para estos terrenos, aún siendo de los mismos padres, de cualidades contrastadas para cazar en estos profundos desniveles cubiertos de matorral punzante. En el mejor de los casos, de una camada de cinco o seis ejemplares, se quedaban con uno o dos, tras mantener todos los cachorros hasta poder probarlos a conciencia. El resto, aún siendo buenos perros de caza, no cumplen sus expectativas, por lo que son vendidos o regalados a cazadores que, gustando de la caza en zarzas y espesuras, no suelen cazar en tajos. Hasta ahora los que se han hecho con uno de estos cachorros desechados, están contentos con ellos, ya que cumplen con creces sus expectativas.
Otro factor muy exigido en sus perros es el cobro, a realizar, a veces desde el fondeo del arroyo y subiendo la pieza casi en vertical. Por razones lógicas de imposibilidad de bajar por la pieza, el cobro es una cualidad primordial en los perros de su recova.
Digna de admirar la selección y las formas de cazar de estos aficionados, auténticos en todos los aspectos.

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